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Confianza humilde

Dra. Carol Geisler


Señor, mi corazón no es vanidoso, ni son altaneros mis ojos; no busco realizar grandes proezas, ni hazañas que excedan a mis fuerzas. Me porto con mesura y en sosiego, como un niño recién amamantado; ¡soy como un niño recién amamantado que está en brazos de su madre! Israel, ¡confía en el Señor desde ahora y para siempre! Salmo 131


Los discípulos le hicieron a Jesús una pregunta sobre un tema que a menudo discutían entre ellos y que Jesús ya había discutido con ellos en más de una ocasión: “¿Quién es el más grande en el reino de los cielos?” (Mateo 18:1b). Esta vez, el Señor presentó su lección de una manera diferente. Llamó a un niño y les dijo a sus vanidosos seguidores: “De cierto les digo, que si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humilla como este niño es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:3-4).



No sabemos la respuesta de los discípulos a la lección. Dado que en la noche en que Jesús fue traicionado volverían a discutir entre ellos cuál de ellos era el más grande, lo más probable es que aún no habían comprendido completamente el concepto de humildad (y, si somos honestos, debemos admitir que es un concepto difícil para todos nosotros). Tampoco sabemos lo que pensó el niño de la lección, pero el Salmo 131 bien podría ser su oración, porque es la oración de todo hijo humilde de Dios. No es un pedido (¡o una demanda!) de grandeza, sino una oración de satisfacción y paz.


A veces podemos sentirnos tentados a tratar de ver más allá del velo de majestad que oculta la sabiduría de nuestro Padre Celestial de nuestra razón humana. Entonces, en humildad arrepentida oramos: “ni son altaneros mis ojos”, sabiendo que los caminos de Dios no son nuestros caminos y que sus pensamientos no son nuestros pensamientos. 


Para los hijos de Dios, este salmo es una humilde oración de confianza en nuestro Padre. Nuestra sabiduría, y toda la sabiduría del mundo, falla y cae ante Cristo crucificado quien es “es poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:24b). Para salvarnos, Dios eligió actuar en la debilidad y humildad de un bebé en un pesebre, en una víctima inocente clavada en una cruz. Con humilde confianza reconocemos su sabiduría, la sabiduría que el mundo considera tontería. Por fe lo sabemos mejor. Nos arrepentimos de nuestros tontos intentos de buscar la grandeza en el Reino. Con humilde confianza descansamos en el perdón y el cuidado amoroso de nuestro Padre Celestial y, al hacerlo, nuestras almas se portan con mesura.


ORACIÓN: Padre celestial, perdónanos cuando caemos en altanera tentación de juzgar tu voluntad de acuerdo con nuestra razón humana. Enséñanos a confiar humildemente en tu sabiduría en todas las cosas. Amén.

 

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