¿Alguna vez, cuando eras niño, te despertaste llorando o a los gritos en el medio de la noche porque habías tenido una pesadilla? Lo más probable es que tus padres o abuelos hayan ido corriendo hasta tu cama para ver qué te pasaba y tratar de consolarte. No importaba que estuvieran dormidos profundamente. Tú los necesitabas en ese momento, no después que sonara su alarma a las seis de la mañana y que hubieran desayunado.
¿Será que está disponible cuando lo necesitamos? Dios siempre está ahí, sabe cuántos cabellos tenemos en nuestra cabeza, y espera ansiosamente que le hablemos, que le pidamos lo que necesitamos, que le demos gracias por Sus bendiciones y que le alabemos por todo lo que Él es para nosotros. Pablo escribió: “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:16-18).
Orar es muy importante. Cuando le presentamos a Dios nuestros deseos más íntimos y secretos, no le estamos diciendo nada que Él ya no sepa. La oración no le enseña a Dios nada nuevo acerca de nosotros, pero sí nos enseña acerca de Su amor. Él nos dio la oración para que tengamos una relación más cercana.
Para adquirir buenos hábitos necesitamos practicar. Y la práctica requiere que dediquemos tiempo, compromiso y entrega. Cuanto más oremos, más cómodos nos vamos a sentir al hacerlo. Y cuanto más hablemos con Dios y leamos Su Palabra, más cerca de Él vamos a caminar cada día y vamos a comprender y disfrutar cada vez más Su amor incondicional por nosotros hasta que lleguemos a vivir para siempre en Su presencia.
Extracto del folleto La Oración, producido por Para El Camino, Cristo Para Todas Las Naciones © 2013 CPTLN.
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