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El pecado duele


¡Aquí está mi siervo! Muchos se asombrarán al verlo. Su semblante fue de tal manera desfigurado, que no parecía un ser humano; su hermosura no era la del resto de los hombres (Isaías 52:13-14).


‘¿Qué te pasa? Se te nota en la cara que algo te sucede.’ Así le hablamos a un amigo o a uno de nuestros hijos. El rostro es una de esas partes del cuerpo que mejor refleja nuestras emociones, nuestros sentimientos y nuestros dolores. A veces es una sonrisa apagada, otras veces son los párpados caídos los que delatan que algún sufrimiento nos está carcomiendo por adentro.


Aparentemente, esta porción de Isaías es la única, en toda la Escritura, que describe el rostro de Cristo. Tanto habló Jesús entre el pueblo, en las sinagogas y en el templo, tanto se dejó ver y tocar por la gente, pero nadie se atrevió a dejarnos un retrato de su rostro en alguna moneda o en algún papiro. Solo hay una descripción del rostro del Hijo de Dios hecha por Dios mismo en este pasaje de Isaías.


Por medio del profeta Dios anunció que a su enviado, el Salvador de la humanidad, se le desfiguraría la cara. No fueron los latigazos, ni los clavos, ni la corona de espinas. Estos sin duda causaron un dolor físico terrible en Jesús. Pero lo que más le dolió, lo que le desfiguró el rostro, fue la vergüenza de llevar sobre el altar de la cruz los pecados de toda la humanidad.


El Cristo desfigurado se entregó para quitar nuestro pecado y acercarnos a Dios, traernos a él para que recibamos el perdón y la reconciliación. El Cristo en la cruz muriendo por nosotros es el mejor retrato de Dios.


Oremos: Gracias, Jesús, porque tu rostro desfigurado puso una sonrisa de alivio en el nuestro. Amén.


Para reflexionar:


• En la cruz de Cristo Dios no maquilló nuestro pecado y nuestra perdición. ¿Qué significa para ti que Cristo haya sufrido en tu lugar?

• Cuando pasas por aflicciones, ¿qué haces para hallar consuelo y ayuda en Cristo?

 

Rev. Héctor Hoppe



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