Paul Schreiber
Así como los hijos eran de carne y hueso, también él era de carne y hueso, para que por medio de la muerte destruyera al que tenía el dominio sobre la muerte, es decir, al diablo, y de esa manera librara a todos los que, por temor a la muerte, toda su vida habían estado sometidos a esclavitud. Ciertamente él no vino para ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abrahán. Por eso le era necesario ser semejante a sus hermanos en todo: para que llegara a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiara los pecados del pueblo. Puesto que él mismo sufrió la tentación, es poderoso para ayudar a los que son tentados. Hebreos 2:14-18
Cuando te enfrentas a un evento difícil o traumático en tu vida, ¿te ayuda saber que otros han pasado por algo similar? Puede ser reconfortante saber que no estamos solos en lo que estamos enfrentando, que otros han atravesado una tragedia similar y han salido más fuertes. Esto parece especialmente cierto cuando se pasa por una enfermedad grave o la pérdida de un ser querido. A veces se forjan fuertes lazos entre quienes han experimentado eventos similares como el cáncer, la destrucción de sus hogares y propiedades por un desastre natural, la pérdida de un hijo o nieto. En esos momentos puede parecer que no hay esperanza ni luz alguna al final del túnel. Pero saber que no estamos solos, que podemos apoyarnos en alguien que entiende nuestra angustia y dolor abrumador, puede ser una medicina fuerte para nuestro espíritu enfermo. Esto ciertamente es a lo que el escritor del libro de Hebreos se refiere en nuestro pasaje de hoy. El Padre Celestial, en su provisión sabia y generosa, designó a su propio Hijo para ser como nosotros (véase Juan 1:14), para "ser semejante a sus hermanos en todo", para experimentar lo que experimentamos, para conocer plenamente a nuestro nivel la angustia, la tentación, el dolor y el sufrimiento que son parte del ser humano. Jesús entendió nuestra angustia. La vio en las personas perdidas y confundidas que necesitaban desesperadamente la curación que él tenía (ver Mateo 9:35-38). Experimentó nuestras tentaciones cuando enfrentó al diablo en el desierto (ver Mateo 4: 1-11). Sintió nuestro dolor cuando lloró por la muerte de su amigo Lázaro (ver Juan 11:1-44). Y más de lo que podemos entender, Jesús asumió nuestro sufrimiento cuando fue a la cruz con nuestros pecados (ver Juan 19:1-37). Sí, Jesús lo sabe. Él sabe cuándo estamos entre la espada y la pared y sentimos como que no hay esperanza. Él está con su mano extendida, diciéndonos: "Vengan a mí todos ustedes, los agotados de tanto trabajar, que yo los haré descansar. Lleven mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para su alma; porque mi yugo es fácil, y mi carga es liviana" (Mateo 11: 28-30). No importa en qué momento de tu vida estés, no importa cuán lejos te sientas, Jesús entiende tu situación. Él te comprende. Acércate a Él en oración. ORACIÓN: Querido Señor Jesús, revíveme con tu amor y el consuelo de tu presencia. Amén.
Para reflexionar:
¿Quién estuvo contigo cuando estabas pasando por algo trágico? ¿Cómo te ayudó o apoyó?
¿De qué forma se fortalece tu fe al saber que Jesús enfrentó el mismo tipo de dificultades que enfrentamos nosotros?
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