El que habita al abrigo del Altísimo y se acoge a la sombra del Omnipotente, dice al Señor: «Tú eres mi esperanza, mi Dios, ¡el castillo en el que pongo mi confianza!» El Señor te librará de las trampas del cazador; te librará de la peste destructora. El Señor te cubrirá con sus plumas, y vivirás seguro debajo de sus alas. ¡Su verdad es un escudo protector! Salmo 91:1-4
Conocemos la historia de los tres cerditos. Dos cerditos perezosos construyen sus casas con paja y palos. Cuando el lobo viene con su amenaza de soplar y resoplar y derribar las casas, eso es exactamente lo que sucede: sus casas mal diseñadas se derrumban. Solo la tercera casa, construida con ladrillos resistentes por el tercer cerdito más trabajador, es capaz de soportar el resoplido del lobo. En línea con la sabiduría demostrada por al menos un cerdito, muchos grandes castillos y fortalezas fueron construidos en piedra. Y a pesar de haber sido construidos hace siglos, muchos de ellos aún están en pie, habiendo resistido largos años de lucha y bombardeo mucho más letales que el resoplido de un lobo. Nuestro salmo celebra un refugio de fuerza inmensa y duradera, un refugio para nosotros en todo momento de necesidad. Nada puede derribarlo. Esta fortaleza no está construida de ladrillo o piedra, ni siquiera de paja y palos. Vivimos en una fortaleza de plumas. Para la razón humana, tal fortaleza no parece ser muy sustancial. Pero nuestro refugio es el Dios en quien confiamos. Él nos cubre "con sus plumas" y nos esconde "debajo sus alas". En Él podemos escondernos cuando los miedos y las dudas amenazan con vencernos, cuando somos amenazados por "la trampa del cazador", "la peste mortal" y cualquier otro truco y trampa del diablo. Dios es nuestra fortaleza, una fortaleza que ningún enemigo puede conquistar. Estamos a salvo porque nuestro Señor y Salvador Jesucristo por un tiempo pisó resueltamente las trampas de sus enemigos. Por el bien de nuestra salvación, Jesús se dejó vencer por los poderes de las tinieblas. En debilidad indefensa fue clavado en una cruz, donde sufrió la pena de muerte que merecíamos por nuestros pecados. Su cuerpo fue sellado en una tumba, una fortaleza de piedra custodiada por soldados. Luego, en la primera mañana de Pascua, la puerta de piedra de esa fortaleza de la muerte se abrió para revelar una tumba vacía. ¡Jesús había resucitado de la muerte! Su victoria sobre el pecado, la muerte y Satanás es nuestra victoria. Cuando nuestro Señor regrese, la fortaleza de la muerte no podrá retenernos. ¡Seremos resucitados de la muerte así como nuestro Salvador resucitó! Hasta que llegue ese gran día, contamos con un refugio inagotable. Puede que el mundo no piense que nuestro Dios es un refugio fuerte. Nos consideran insensatos por confiar en Él para que nos proteja. Aun así, nos regocijamos en la seguridad de nuestra fortaleza: "Porque tú has sido mi socorro, alegré viviré bajo la sombra de tus alas" (Salmo 63:7). ORACIÓN: Padre celestial, protégenos con tu amor. Sé nuestro refugio en cada momento y mantennos a salvo de las trampas del diablo. Escucha nuestra oración en el nombre de Jesús. Amén. Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
¿Hay alguien que pueda confiar en ti en las buenas y en las malas? ¿Tienes tú a alguien así?
¿De qué manera es Jesús un refugio para ti ante las tormentas de la vida?
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